miércoles, 4 de agosto de 2010

Sorprendente cita antitaurina: Arthur C. Clarke.


Allá por el año 1956 se publicó "El fin de la infancia" de Arthur C Clarke. Su argumento: En pleno frenesí de la carrera espacial, la tierra es sorprendida por las plateadas naves alienígenas de los superseñores que, para lograr una evolución de la raza humana, imponen ciertas normas que hacen respetar valiéndose de su superioridad tecnológica. Karellen es el nombre su interlocutor extraterrestre. Recuerdo que cuando lo leí, hará ya 2 décadas, me sorprendió este fragmento del libro, que aquí os reproduzco, de marcado carácter antitaurino y, en general, contra el maltrato animal:

Y sólo aquella vez se mostró Karellen enojado o al menos con la apariencia del enojo."Pueden matarse entre ustedes si les gusta - había dicho el mensaje, "ese es un asunto que queda entre ustedes y sus leyes. Pero si matan, salvo que sea para comer o en defensa propia, a los animales con quienes ustedes comparten el mundo... entonces tendrán que responder ante mí".

Nadie sabía exactamente la amplitud que podía tener este edicto o qué haría Karellen para asegurar su cumplimiento. No hubo mucho que esperar. La plaza de toros estaba colmada cuando los matadores y sus acompañantes iniciaron su desfile. Todo parecía normal. La brillante luz del sol chispeaba sobre los trajes tradicionales, la muchedumbre, como tantas otras veces, alentaba a sus favoritos. Sin embargo, aquí y allá algunos rostros estaban vueltos ansiosamente hacia el cielo, hacia la lejana sombra de plata que flotaba a cincuenta kilómetros por encima de Madrid.

Los matadores habían ocupado ya sus lugares y el toro había entrado bufando en la arena. Los flacos caballos, con las narices dilatadas por el terror, daban vueltas a la luz del sol mientras sus jinetes trataban de que enfrentasen al enemigo. Se dio el primer lanzazo - se produjo el contacto - y en ese momento se oyó un ruido que jamás hasta entonces había sonado en la Tierra.

Era la voz de diez mil personas que gritaban de dolor ante una misma herida; diez mil personas que, al recobrarse de su sorpresa, descubrieron que estaban ilesos. Pero aquel fue el fin de la corrida y en verdad de todas las corridas, pues la novedad se extendió rápidamente. Es bueno recordar que los aficionados estaban tan confundidos que sólo uno de cada diez se acordó de pedir que le devolvieran el dinero, y que el diario londinense Daily Mirror empeoró aún más las cosas sugiriendo que los españoles adoptaran el cricket como nuevo deporte nacional.

El libro resulta ser una novela de ciencia ficción muy original, especialmente por un extraño desenlace con sabor amargo. Además, se lee deprisita. Aquellos que seáis un poquito rápidos leyendo (no como yo) os lo ventiláis en una tarde o dos a lo sumo.

PD: ¿No sería fantástico que el público de estos espectáculos sintiese cada herida del animal?